Te conocí y desde entonces te fui queriendo poquito a poquito, despacio, con calma, con precaución, hasta que decidí arriesgarlo todo y quererte como yo sé hacerlo, con toda mi alma, mi vida y mi corazón. Sé que te quiero porque no espero nada de ti, solo que me lleves en tus pensamientos, en tus días y tus noches, como yo te llevo a ti. Te quiero, te quiero como nadie nunca te ha querido y como nadie puede querer. Te quiero como nadie te puede querer y como nadie nunca te ha querido. Te quiero como nadie quiere, como no te lo imaginas. Te quiero tanto que a veces no quiero quererte así, pero quiera o no lo quiera, sé que quererte es mi destino. Te quiero como se quiere al aire, porque sin él no podemos respirar.
Por eso es algo tan difícil de transmitir. A todo aquel que le interese profundizar lo remito al texto freudiano Pulsión y destinos de la pulsión. Pero retomemos una de las cosas que tienen que ver con el fin de la sexualidad humana que, como dijimos, ya no es la procreación sino el placer. Con esto quiero decir que el sujeto humano tiene relaciones sexuales, no porque su naturaleza lo lleva a procrear, sino porque le gusta.